Pero ése es otro tema...
Una vez leí sobre la importancia de los nombres. Era algo así como aquel que conoce el nombre de las cosas tiene poder sobre ellas. Pero no me refiero al nombre común que encontramos en el diccionario, sino al nombre primigenio, al nombre que tienen las cosas o los elementos cuando entiendes su funcionamiento, cuando conoces su comportamiento, cuando llegas a ser capaz de predecir cómo reaccionará, hacia dónde se moverá, cómo actuará, cuando entiendes su funcionamiento interno...su esencia, en definitiva.
Mi tatuaje es un nombre. Un nombre que simboliza muchas partes de mí misma a las que no quiero renunciar. Es aquella parte de mí más dulce, soñadora, valiente, salvaje, aquella que es capaz de perder el control, que aún cree en la magia, que es capaz de volar sin alas arriesgándose a caer por el precipicio; aquella que baila bajo la lluvia, la que sigue buscando llaves que abran todas las puertas, aquella parte que confía; la que se atreve a soñar con lo que su corazón anhela, la que se arriesga a parecer una tonta por amor, la que no es capaz de traicionar a su propia alma, la que se queda en el centro del fuego y no lo rehuye; la que envuelve cajas de sueños en papel de celofan azul, la que hace cursos acelerados para reparar alas rotas...
Hace un tiempo, cuando las circunstancias me colocaron delante de un precipicio, pensé en hacer desaparecer a esta parte de mi rosa asilvestrá. Si alguien tenía que caer, mejor que fuera ella. Total, era la causante de verme ante el abismo.
Al final caímos juntas. No sé si nos hicimos más fuertes, pero lo que sí sé es que hay que aprender a levantar el vuelo, hay que aprender a no renunciar a seguir siendo rosas asilvestrás.